Dioses y Mortales
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Mensaje por Admin Mar Jul 01, 2008 4:48 am

Lord Arkanos von Thalia.

Naci en una familia rica, no de las mas poderosas, pero se hacia notar, mis abuelos eran amigos de los del Duque, gracias a lo cual poseiamos una finca y tierra donde viviamos mi familia.
Viviamos en el Ducado de Uru, a unos 30 minutos en caballo desde la ciudad, la misma casa en la que vivo ahora, de echo ahora que pienso, no ha cambiado nada... quizas fuese hora de una reforma, enfin... creo que me estoi desviando.
Era una casa de piedra solida, rodeada por un muro, en ella habia un establo y una casa para los campesinos y unas tierras de labranza tras el muro.
Yo pase mi juventud entrenando en el arte de la lucha y estudiando, recuerdo los duros entrenamientos de mi padre que pertenecia al ejercito, era el quien me enseño a luchar mientras quien me enseñaba era mi mentor, Aldus... mmm no recuerdo su apellido, era un sabio anciano que vivia en nuestra casa, tenia el pelo blanco y una larga barba, aunque pareciese un anciano decrepito era muy distro con las dagas y tenia extraños... ''poderes''... lo vi mientras lo espiaba.
Desde entonces empezaron a interesarme mas las clases de Aldus, pues prometio enseñarme ese poder... el poder de hacer brotal el fuego de la hoja de mi espada sin combustible alguno... fueron muchos años de entrenamiento, jamas crei que fuera aun mas duro que mi padre

Durante mi adolescencia las cosas cambiaron bruscamente, para empezar estallo la guerra en el sur, por lo que mi padre partio a luchar, entonces mi adiestramiente en el combate paso a manos de Sir Londgram, un siervo de mi padre que años atras habia servido en la guerra, pero perdio su estatus de Sir, nunca nos conto el porque, aun asi yo seguia llamandolo de ese modo.
Años mas tarde, cuando ya se hiba acercando el momento en el que pasaria a la vida adulta, la guerra acabo, y con ella llegaron mas cambios y noticias, mi padre murio en la guerra, lo unico que trajeron de el fue su espada corta que ahora porto con orgullo, mi madre se suicido poco despues y yo herede la casa y todos sus siervos.

Cuando murio mi padre tome la decision de armarme caballero, Londgram ya no podia seguir adiestrandome po lo tanto tuve que entrenar solo a partir de ahi, Aldus siguio velando por mi y convirtiendome en un señor sabia y benevolente para mi gente, y asi fue hasta dos años mas tarde cuando su cuerpo no pudo mas, ahora descansa en el cementerio familiar. Londgram aun sigue sirviendome como escudero.
Mis armas reposan en la pared de mi habitacion, una espada, un escudo amplio con el signo de mi familia, una hombreras, un casco y una armadura... Una lampara sobre la mesa ilumina la habitacion mientras escribo estas lineas, ya es tarde y el sueño empieza a pesarme, quizas algun dia siga escribiendo mi vida tal y como me recomendo mi mentor, pero hoy ya no puedo seguir.




Arkanos von Tharia
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:01 pm

Kaelos

Prólogo: Una noche fría.

Aquella noche llovía y hacía frío. Mucho frío. En las ruinas de una vieja casucha, bajo un improvisado techo de paja que poco resguardaba del agua, un niño de apenas meses de vida lloraba incansablemente. Su piel estaba húmeda y pálida a causa del increíble frío que hacía en el lugar, y su pequeño cuerpo temblaba descontroladamente.

Los truenos seguían batiendo la cúpula celeste cuando una sombra, envuelta en una raída capa de viaje que ocultaba por completo sus ropajes, se acercó a la criatura. Extendió uno de sus brazos, cubierto por completo de vendas, y lo apoyó sobre el pecho del bebé. En ese momento ocurrió algo insólito: la mano del extraño se prendió en llamas multicolores, quemando la piel del niño que, sorprendentemente, dejó de llorar. Entonces la figura retiró su mano, las llamas se disiparon y en el pecho del niño quedó grabado a fuego un extraño símbolo.

Entonces un rayo iluminó por completo el cielo, la tromba de agua se intensificó y un estruendoso trueno batió cielo y tierra. La sombra se esfumó tan rápido como había llegado, y el niño quedó allí, a su suerte...


Capítulo I: La niñez teñida de Rojo.

Años después de aquella noche, en el peor barrio de Crell Monferaigne, una ciudad fuera del Imperio y dejada de la mano de los Dioses, un niño de rubios cabellos y complexión fuerte para su edad, unos 12 años, caía derribado al suelo de un oscuro callejón. Delante suya, un hombre blandía un garrote con hostiles intenciones, al tiempo que gritaba blasfemias y amenazas. Pero el chico, a pesar de tener varios golpes en su cuerpo, seguía levantándose. El hombre, ciego de rabia, se lanzó contra el niño de nuevo, éste cerró los ojos involuntariamente, listo para recibir otro golpe. Pero entonces ocurrió algo insólito, pues del suelo brotaron cuatro lenguas de fuego tan rojo como la sangre que se enroscaron en el adulto como viles serpientes, produciéndole gravísimas quemaduras. Los gritos del infeliz resonaban en el callejón y en los oídos del chico cuyos ojos, de un color azul gélido, se cerraron al tiempo que perdía el conocimiento.

Estos sucesos ocurrían con cierta frecuencia en la vida de aquel joven vagabundo, sin padres hogar ni destino, que rondaba los callejones y mercados de Crell Monferaigne en busca de un pedazo de comida para saciar su hambre. Las peleas e incidentes eran el amargo pan de cada día para éste, un pan que a menudo se servía teñido de sangre.


Capítulo II: Matar o Morir.

En un barrio así, cualquier niño desprotegido no habría durado ni diez días, pero éste era especial. Se movía por instinto, aprendía de lo que veía, y sobrevivía como podía. Aprendió a manejar la espada por su propia cuenta, aunque con bastante destreza, y a sortear los peligros de las calles. Y aprendió que para vivir, había que matar.
Esto no supuso una dificultad para el chico, vigoroso y feroz como un depredador, cuya mano era rápida con la espada y cuyos pies eran veloces. Aunque los sucesos extraños que le habían acontecido durante su infancia seguían repitiéndose, lo hacían con menor frecuencia. A los 16 años, el joven había crecido fuerte y alto, y sus ojos azules como el hielo comenzaban a ser temidos por las calles. Era atractivo y en ocasiones tenía alguna aventura con una mujer, aunque esto era eventualmente, pues otra actividad ocupaba cada vez más el tiempo del chico, que se hacía llamar Zarakou. La lucha. Para él, pelear era la suma diversión, y en cada lucha entraba en un éxtasis casi demente, ignorando cuantos cortes sufría. Es por esto que con el tiempo no hubo nadie por los alrededores capaz de derrotarle, y todos temían su nombre y sus característicos ojos.

Pero, cierto día, se presentó por aquel barrio un hombre que decía poder vencer a cualquier guerrero. La noticia llegó al poco a los oídos de Zarakou, y como era de esperar corrió a enfrentarse con el recién llegado. La lucha fue tan impresionante como corta: con un movimiento de su mano, el encapuchado hizo brotar del suelo grandes llamaradas que abatieron al rubio en poco tiempo. Pero, en lugar de dejarlo morir como un perro, se lo llevó, lejos. Muy lejos, lejos de aquellas calles bañadas en sangre y de las muertes rutinarias.


Capítulo III: El Corazón de Hierro.

Zarakou despertó días después en un cómodo lecho. Al mirar a su alrededor, vió que se encontraba en una humilde cabaña, y por una ventana ubicada en la pared de enfrente se divisaban algunos árboles de verdes copas. Un hombre entró entonces en la sala, de rubios y largos cabellos y ojos grandes y azules, idénticos a los de Zarakou. Se presentó a si mismo como un "Grabii", un hijo divino, y argumentó que Zarakou también lo era. Pero el resultado no fue el esperado por el hombre, llamago Lagun, ya que al chico no le importó lo más minimo: aquella dura infancia le había vuelto agresivo, sanguinario y retraido. Sin embargo, Lagun se propuso cambiarlo.

Día a día, hombre y joven se convertían en maestro y alumno, y Lagun enseñaba al chico a controlar y aceptar su condición, así como algunos conocimientos básicos y destrezas combativas. Además, le dió un nombre: Kaelos, extraído según decía Lagun de unas crónicas élficas de hacía cientos de años. Así Kaelos progresaba, pues sentía algo que nunca antes había experimentado: se sentía querido.

Cierto día, Lagun partió a una villa cercana a comprar provisiones y dejó a Kaelos en la choza. Kaelos comenzó entonces a hurgar en los pergaminos del mago, por simple curiosidad, hasta que se topó con uno que le llamó especialmente la atención: tenía un extraño sello en la cinta que lo mantenía enrollado, un seño idéntico al que él tenia en el pecho desde hacía años. Habrió apresuradamente el manuscrito y comenzó a leer. Parecía un diario del mago, comenzado 18 años atrás.
Con un ruido sordo, el pergamino chocó contra el suelo tras caer de las manos de Kaelos. El rubio tenía la expresión helada, y sus ojos estaban fijos en el infinito.

"Nuestra herramienta progresa adecuadamente, pronto estará listo para que lo usemos en nuestros designios"

Estas líneas daban comienzo a uno de los párrafos del pergamino. Un poco más abajo daba a entender que esa "herramienta" era él mismo. No podía creerlo, la única persona que le había dado muestras de quererlo sólo lo estaba usando... La furia que había adorado sentir años atrás brotó en el como un cáncer maligno, dirigida contra Lagun.

Lo que pasó en las horas siguientes, cuando el hombre volvió, pero Kaelos se vió caminando por el sendero, con las manos manchadas de sangre, las ropas raídas y una gran espada tambien teñida de rojo a la espalda. La expresión de sus ojos azules era ahora la de un auténtico asesino y depredador.


Capítulo IV: En busca de un Destino.

Días después del incidente, Kaelos llegó a un pueblecillo cercano a Uru, la capital del Imperio. Su lamentable estado atraía todas las miradas, pero a él no le importaba. Sólo tenía una cosa clara: su destino. Él había nacido solo, sin nadie, y desde niño había hecho lo que más le gustaba: luchar. Su conclusión era, pues, que él, Hijo de los Dioses o no, sólo existía para pelear, para aniquilar toda vida, para derrotar a todo aquel que fuese más fuerte que él.

Y con estos pensamientos en mente, se propuso instalarse en Uru una temporada, frecuentando las más bajas tabernas y buscando sin descanso a alguien que fuese más fuerte que él, o un destino distinto...

Pero cierto día, mientras el, ya hombre, Kaelos cazaba en el bosque, creyó oir un ruido de voces y pisadas entre la foresta. Ávido de luchas, se ocultó para ver quién o quienes eran los causantes del ruido. A los pocos segundos vió aparecer media docena de hombres, vestidos humildemente pero armados hasta los dientes, que parecían estar buscando comida. Kaelos no lo dudó un instante, y subiéndose a la copa de un árbol, saltó sobre uno de los montaraces, partiéndole la espalda con un tajo de su grandísima Fenrir. Los demás empuñaron sus armas para acometer al desconocido, pero nada más mirarlo a los ojos se detuvieron. Kaelos, intrigado, frenó su siguiente ataque. Largo rato se quedaron mirándose, hasta que uno de los montaraces balbució:

-Za... Zarakou? Zarakou de Crell? El Demonio?

Kaelos quedó estupefacto, pero al instante cayó en la cuenta: aquellos montaraces eran de su misma ciudad, de Crell, pues nadie más que los de su barrio natal le conocían por el apodo de "Demonio". En un principio, el rubio pensó en matarlos sin dilación, pero su imaginación comenzó a volar libremente y su mente trabajó como nunca antes lo había hecho. Entonces tuvo una gran idea: juntaría a todos sus antiguos compañeros de Crell y formarían una partida de montaraces y asaltadores de caminos, viajando por el mundo entero.

-Ya no me llaman así. Ahora soy Kaelos de Crell, Kaelos El Demonio para vosotros y nuestras víctimas. -respondió el joven con autoridad.


Capítulo V: Una larga estancia.

Kaelos y su grupo, que fueron más tarde conocidos como los Némacil, los Sin Destino, recorrieron algunas tierras de los lindes del Imperio, explorando, peleando y consiguiendo algún que otro botín.
Pero, cierto día, se encontraban asaltando un convoy de ricos mercantes cuando un hombre a caballo se aproximó por el camino. Portaba una brillante armadura y una larga espada, y de un tajo mató a uno de los Némacil. Kaelos, furioso, cargó contra el desconocido con su Fenrir, pero éste se defendió sin problemas. Tras una cruenta lucha, el extraño consiguió huir con algunos mercantes, y aunque los Némacil habían obtenido la victoria, El Demonio estaba intranquilo. Aquel, aquel hombre había conseguido vencerle a él. Por la dirección que había tomado, sólo podía dirigirse a un lugar: Uru, la capital del Imperio, una ciudad enorme según había oído.

-Escuchad todos! Coged el botín, cargad provisiones y armaos... Marchamos de estas tierras, marchamos a Uru!


Capítulo VI: Un giro inesperado.

Kaelos y los Némacil se pusieron en camino hacia la capital del Imperio, todos estaban ansiosos por llegar y ver la gran ciudad de la que en cualquier villa o lar se hablaba con entusiasmo. Sin embargo el camino era largo, y demorarían algunos días en llegar, por lo que paraban con frecuencia en posadas o villas cercanas, donde de vez en cuando tenían algún percance que granjeóles larga fama y poca fortuna por aquellos lares.

Al 6º día de camino arrivaron a la capital. Aquella ciudad era impresionante, el ducado de Uru era espléndido y próspero, y no pudieron sino alojarse en una posada antes de explorar la ciudad.
Mientras sus montaraces caminaban a su libre albedrío, Kaelos buscó al caballero con el cual tenia cuentas pendientes, de nombre Brum, al que halló en una mugrienta choza. El Demonio se batió en duelo con éste y lo derrotó, tras lo que tuvo algunos problemas con sus secuaces: la riña posterior se saldó con 2 Ogros y 4 Orcos muertos en un callejón, y los Némacil huyendo a todo correr de la Guardia del Emperador. Huyendo se internaron en el entramado de callejones de Uru, creyendo poder despistar así a la guardia, pero estaban equivocados: los soldados, curtidos de tantas persecuciones, conocían a la perfeccion los callejones de la ciudad, y no tardaron en atraparlos.

Cuando Kaelos despertó, estaba en una oscura y mugrienta celda, sin armas y dolorido. Se llevó allí algunas horas, sin noticias del exterior salvo por el carcelero que de vez en cuando rondaba por allí, hasta que éste abrió la puerta y 3 figuras entraron en la celda. Una de ellas habló, primero dictándole la condena a muerte, pero luego otra la interrumpió: proponían a Kaelos llevar una vida legal y tranquila, como capitán de la guardia de la ciudad. Según los funcionarios, era una pena que alguien de su destreza se pudriese en un calabozo o muriese joven en la horca, de modo que le ofrecían aquel oficio como única esperanza de redención.

Días después, un joven de rubios cabellos y ojos azules, que vestía unos guantes de cuero negros, pechera y musleras de acero, y unas botas protectoras también negras, se acomodaba su dantesco mandoble a la espalda antes de salir al patio de armas y presentarse ante su regimiento. Él era Kaelos de Crell, Capitán del XII Regimiento de Guardias de Uru.
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:02 pm

Ayame

I. Lirio

La luz de la luna llena presidía el estrellado firmamento, bañando los extensos bosques que se extendían por debajo de este, dotándolos de un misterioso y mágico fulgor plateado, que muchos humanos recordarían a lo largo de su corta vida si lo contemplaran. Sencillamente, era algo digno de ver.
Entre estos árboles, entre las raíces de un almendro y sobre las cuales nacía un arbusto de floridos lirios, el llanto de un bebé se elevó hasta las titilantes estrellas que vigilaban en bosque. Un llanto lastimero que no auguraba nada más que soledad y desasosiego. Cerca de él… o mejor dicho, de ella, no había nadie. Su madre, su padre, algún familiar… nada. Era un recién nacido abandonado a su suerte en aquel extenso bosque.
Aunque podría decirse que tuvo suerte.
Apenas un tiempo después, una joven pareja de elfos pasó por las cercanías del lugar. Sus encantadoras risas quedaron ahogadas por el llanto de la niña, que clamaba a sus padres, a los padres que la había dejado allí. La joven pareja se miró brevemente a los ojos, no podían dejarla allí. Sin necesidad de palabras, la elfa cogió a la niña en brazos y volvió a reunirse con su marido, con los ojos brillando con ilusión y a la vez… tristeza. Sabía lo que significaba el adoptar a aquella criatura, sabía lo que tenía que pasar el día que tuviera que pasar a ser adulta… pero no podía dejarla allí. Tenía que vivir.
Le pusieron como nombre Ayame, o lo que era lo mismo “flor de iris”.

Pasaron los años, y con ellos, Ayame fue creciendo lenta pero vigorosamente. La pequeña demostró ser de lo más alegre y vital, con sus juegos y pequeñas carcajadas que fluían como el agua del manantial, alegraba la existencia de la joven pareja que veía a “su” pequeña crecer de forma inexorable. Ella aún no sabía la verdad, aún no sabía que en realidad aquellos no eran sus padres verdaderos, pero éstos no parecían dispuestos a arrebatarle la ilusión de aquella manera a la joven.
Poco después sería su padre quien le entregara un hermoso arco de madera de almendro con exóticas inscripciones y una fina cuerda formada por crines de caballo para instruir a la pequeña en el arte de las flechas. La joven demostró tener una excelente habilidad con este arma y, día a día, se dedicó a practicar su puntería. Además de esto, resultó ser una joven de lo más ágil y escurridiza, silenciosa cual felino pero poco resistente.
Sin embargo, era su madre quien le instruía en el arte de las letras, el lenguaje de los pájaros, los tipos de árboles y demás elementos de la naturaleza. Siempre hizo hincapié en las plantas pero pronto se dio cuenta de que Ayame sentía predilección por… el agua. Más de una vez había descubierto a la pequeña jugando peligrosamente entre las cristalinas aguas del río que pasaba cerca de su morada.

II. La dura realidad

Los años siguieron pasando de forma inexorable y Ayame llegó a los doce años. En uno de esos días en los que aún practicaba lanzando sus flechas contra diversas dianas, como troncos de árboles e incluso animales, un brillo metálico atrajo la atención de la muchacha. Recelosamente, se acercó hacia el objeto que parecía brillar entre los matorrales y cual fue su sorpresa al encontrar allí una reluciente espada.
Cogiéndola con suma delicadeza, aún extrañada por el brillo que parecía emanar de la fina hoja, la inspeccionó hasta llegar al zafiro que presidía el argénteo mango y en cuya límpida superficie se apreciaban unas inscripciones que Ayame no supo identificar. Parecía ser un idioma distinto al que ella había aprendido…
Sus intenciones eran dejar la espada en su lugar pero no pudo evitar quedársela y comenzar a practicar con esta. Sin embargo, no se atrevió a compartir aquel descubrimiento con sus padres y, procurando que su progenitor no la viera atravesar el claro en el que solía practicar el tiro con arco, se dirigió a su cuarto, donde escondería el arma recién descubierta para practicar cada día con ella, compartiendo tiempos con su querido arco.
Unos años después, cuando llegó a la edad de los 15 años, los padres adoptivos de Ayame la hicieron llamar sin ninguna razón aparente pero que, sin embargo, cambiaría su vida para siempre.
-Ayame, cariño, tenemos algo que contarte… -comenzó a decir su madre, con un brillo nervioso reluciendo en sus ojos violáceos.
Aquello comenzó a darle mala espina pero la joven asintió levemente y se sentó, esperando que continuaran explicando la razón por la que había sido llamada.
Sin embargo, no fue hasta después de unos segundos, durantes los cuales sus primogenitotes se habían dedicado a intercambiar miradas nerviosas, decidiendo cual de los dos debía dar una noticia así a su hija sabiendo lo sensible que esta era.
-Verás… -continuó su padre, con un suspiro de resignación nada habitual en él-. Nosotros… no somos tus verdaderos padres, Ayame.
Primera sorpresa para la joven. Inconscientemente, comenzó a palidecer.
-Tus verdaderos padres te dejaron abandonada cerca de aquí –prosiguió la que creyó que había sido su madre hasta ahora, su voz seguía rezumando la misma ternura que siempre pero Ayame no era capaz de apreciarlo.
Su tez había palidecido hasta extremos insospechados y mantenía los puños apretados contra las rodillas, temblando violentamente. Justo cuando sus ojos comenzaron a empañarse, salió corriendo de allí.
Sería horas más tarde cuando sus adoptivos padres la encontrarían yaciendo sobre la húmeda tierra, a las orillas del río donde tantas veces había acudido cuando era pequeña. Se había quedado dormida… tras haber derramado todas sus lágrimas.
Después de tanto tiempo. Tanto tiempo creyendo ser una elfa normal y corriente, creyendo estar en una familia normal… Y resulta que todo aquel tiempo había sido engañada.

III. Decisiones atormentadas

Llegó el décimo-octavo cumpleaños de la joven. Aparentemente, había vuelto a coger cariño aquellos que la habían estado cuidando durante todos aquellos años pero, en el profundo corazón de la joven elfa que estaba a punto de alcanzar la edad adulta, aún guardaba un oscuro rencor hacia sus desconocidos padres, hacia aquellos que la había abandonado a su suerte.
Esa mañana, la mañana de su cumpleaños, no pudo evitar despertarse sobresaltada, un oscuro presentimiento atenazaba su corazón. Un presentimiento… que se haría realidad.
Junto a ella, sobre la fresca hierba, un mensaje de su padre la instaba a reunirse con él en el claro que tan bien conocía.
No sospechaba cuan terrible era la noticia que tenía que darle.
-Mátame –dijo él, esbozando una amable sonrisa-. El momento ha llegado, debes matarme para alcanzar la madurez. Hazlo, hija.
Ayame se detuvo consternada, ni siquiera alzó la mano para agarrar su arco. El arco… que le había regalado el elfo que se alzaba frente a ella.
-No… -murmuró a la vez que retrocedía un par de pasos, con el temor reflejado en sus ojos. Unos ojos que no querían contemplar el cuerpo inerte de aquel que se había encargado de ella en dieciocho años cuando otros no lo había hecho… No quería…
Su padre suspiró y comenzó a levantar su propio arco contra ella. Tensó la cuerda…
Seguramente pensaba que la joven se defendería y terminaría con su vida pero no fue así.
Rápida cual gacela, Ayame dio media vuelta y echó a correr en dirección al bosque, a la seguridad de la vegetación que tan bien conocía. Sabía que aquello que estaba haciendo era desafiar a las leyes y costumbres de su país pero… no podía hacerlo. A sus espaldas, la voz de su padre aún la llamaba y pronto escuchó sus acelerados pasos que marchaban tras la joven.
No supo como pero… consiguió escapar de su destino.

IV. Un presente de lo más oscuro

Pasados unos meses después del incidente, Ayame decidió internarse en la capital del Imperio, donde desempeña su función de curandera, a través de los conocimientos adquiridos por su madrastra, para poder ganarse la vida, especializándose en el uso de las hierbas medicinales.
En ocasiones, cuando la joven elfa sale a pasear, se puede vislumbrar a la joven alta y de figura frágil sorteando las calles de las inmensas ciudades cercanas a los bosques. Sus largos cabellos del color del azabache ondean con elegancia tras sus pasos, ocultando las afiladas orejas que la identifican como elfo. Sus ojos, antaño vivaces y alegres, que brillaban como si del reflejo de aguas cristalinas se tratara, ahora brillan cansados, casi apagados. Colgado en su hombro luce un hermoso arco con símbolos escritos en la límpida madera a la vez que su carcaj siempre repleto de flechas. Nunca se olvidó de su espada, aquella que encontró mientras practicaba, aquella que ahora lleva prendida a la cintura.
Cualquiera que la contemplase, diría que parece un lirio… marchitado.
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:03 pm

Vileo

Prólogo

Era un ventoso día en el pequeño poblado de drows, allí, cobijada del viento yacía una mujer sufriendo, tendida en el suelo, en medio del parto, con un corpulento drow a su lado que le ayudaba a ejercer una descomunal fuerza y a resistir el daño de esa. Aquella noche nació Vileo, era un pequeño drow de orejas puntiagudas, unos ojos siniestros de un color morado bastante oscura, mirada recelosa y nariz picuda. Mas por desgracia aquel día también fue el día en que terminó la vida de su madre, que tras parir dejó de latir su corazón.

Padre borracho, madre difunta, este era el estado en que se encontraba este pequeño drow, que muy pronto fue abandonado a su suerte...

Pasaron días y días hasta que nadie ayudó al joven Vileo, era un veterano drow, al que como mucho le quedarían veinte años de vida. Su pelo estaba poblado de canas, no era demasiado corpulento, sino más bien canijo y en su mejilla yacía una gran cicatriz... ese sería a partir de ese momento el nuevo padre del drow, o al menos ejercería su función como tal.

Capítulo I: Una placentera pero monótona infancia

La vida llevada por el drow era algo monótona, era cierto que gozaba de un hogar muy acogedor, en el cual habían múltiples lugares en los que entretenerse, mas lo que prefería hacer Vileo durante el día no era otra cosa que entrenar, su sueño, ser un asesino de fama reconocida del cual se hablara en todos los ducados del país y ser temido por las fuerzas del orden... ese quería ser el y sabía que conseguirlo costaría mucho... pero debía intentarlo.

Fue así como empezó su ininterrumpido aprendizaje, su "padre" le enseñaba constantemente todo lo que le pudiera ayudar en su camino... el arte que empleaban los drows en combate... el asesinato.

Las largas jornadas de entrenamiento en las que se fortalecía física y mentalmente, solían basarse siempre de lo mismo, al principio una larga marcha trotando, luego, empezaba la clase práctica, donde se empleaba el sigilo y el ingenio, y finalmente se disputaban combates amistosos con sables de madera, en los que sin dañarse se aprendía a moverse con agilidad y para manejarlos con destreza.

Capítulo II: La Huida

Esta era la vida de Vileo, un joven drow de apenas quince años, que vivía feliz con su padre y su hermano pequeño de tan solo once años... mas su destino aun le preparaba una nueva sorpresa, totalmente amarga.

Era un día por la noche, Vileo yacía durmiendo profundamente en su cama cuando alguien le despertó sacudiéndolo. Ese era su padre, parecía nervioso y muy preocupado. Cuando Vileo estuvo ya despejado, ese le contó que sucedía. Los elfos estaban atacando a su tribu y debía luchar, el destino de los drows sería seguramente la muerte, mas su rencor hacia los elfos les lanzó al campo de batalla. A Vileo se le asignó un cargo, de los mejores que se le podrían haber asignado, su trabajo sería sacar con vida y guiar hasta la ciudad de Uru a su hermano menor, a la vez que debía mantenerse con vida... estas fueron los últimos encargos de su padre... que pronto moriría en el campo de batalla.

Cuando ya llevaban varias horas de camino, un hecho fatal se mostró ante sus ojos... la ciudad de Vileo fue asaltada, perdieron la batalla. Ahora, mientras que los Elfos saqueaban casa por casa, tan solo dejaban un único rastro... el fuego que prendieron en el poblado. Ambos se derrumbaron, su padre había muerto... mas no debían detenerse si querían llegar con vida a Uru, pues pronto los lobos iniciarían su cacería.

Capítulo III: Un nuevo inicio

Cuando la noche empezaba a desterrar el día del cielo, los dos jóvenes drows cruzaron las puertas de la ciudad para convertirse en dos personas completamente nuevas, obligadas a sobrevivir fuera de todos los caprichos que pudieran ofrecerles. Eran dos ingeniosos ladrones, se limitaban a robar en los sitios más descuidados para luego vender lo conseguido y con eso ir tirando. Mas un día todo cambió, mientras iniciaban el robo de una cubertería de plata, los guardias les cazaron in-fraganti, y les cogieron para luego llevarles camino a la prisión… el castigo, la horca.

Desde aquel entonces Vileo comprendió que infringir las normas implicaría de ser pillado la muerte, mas un golpe de suerte le salvó. Otros ladronzuelos estaban robando una anciana cuando los pillaron, del mismo modo que con Vileo primero acudieron muchos guardias para luego quedarse tan solo uno en tutela de cada ladrón. Ese momento en que se distrajeron fue el que aprovechó el joven drow para sacar de debajo su túnica una cuchilla e insertarla en el cuello del guardia que le apresaba, para luego hacer lo mismo liberando a su hermano… volvían a ser libres.

Ese fue un punto de inflexión para Vileo, sabía que sus actuaciones eran malas, pues el castigo por haber cometido un robo era el mismo que por haber torturado y luego decapitado en la puerta de la plaza al gobernador, de modo que a partir de ahora sus infracciones serían menos, pero más importantes… sí, Vileo se convirtió del día a la noche en un asesino a tener en cuenta, había dedicado toda su infancia a este arte y ahora debía poner en práctica todos sus conocimientos.

Capítulo IV: Con una sonrisa en la cara

Su trabajo como asesino prosperaba, recientemente recibía cartas en las que era citado para terminar con la vida de un rival en los negocios, para vengar las muertes de seres queridos… no le importaba matar, sabía que la gente tarde o temprano moría, y el tan solo anticipaba los hechos. Su fama empezaba a ser conocida, mas nadie sabia siquiera su nombre. Se mantenía al margen de hacer público su nombre, no quería ser reconocido, sus cartas eran recibidas en sitios aleatorios, donde las sacaba entre otras de los propietarios del buzón.

Su fortuna empezó a agrandarse hasta que a la edad de veintiún años pudo comprarse una posada, un lugar que sería la tapadera perfecta para sus encargos. Pero como buen posadero, tenía un negocio estable, mas la ciudad le mostró los caprichos que podía ofrecerle, de modo que sin conformarse con lo que tenía Vileo seguía matando, quería más, quería ser lo que siempre soñó, quería que su reputación se extendiera a través del país, ese era su objetivo, su sueño, que entre otros muchos otros sueños y objetivos merodeaban en su mente.

Capítulo V: La actualidad

Ahora Vileo, este conocido asesino que acaba de cumplir los veintidós años, es un joven de tez morena y pálida, sus ojos son de un misterioso color morado, su mirada pícara, su nariz picuda y sus orejas puntiagudas. Su cabeza es poblada por unos lisos pelos que le caen hasta los hombros. Suele vestir con una armadura a modo de cota de mallas, pues esta le hace resistir bastante bien los golpes, es ligera y completamente flexible. Sobre esta lleva un traje semejante al de un clérigo, este acabado en una falda a la altura de los pies, es plateado y ancho, con una capucha que cuando se tiende sobre su cabeza la oculta completamente. En la espalda lleva una mochilla de color verde oliva, dentro de la cual tiene una parte de su ballesta, que cruzada sale de la apertura de la mochilla pues no cabe entera, también lleva una cerbatana, con sus respectivos proyectiles, las flechas, un espejo de mano, cuerdas y trapos. De su cinto cuelgan dos sables.

Vileo lucha para incrementar su fama y su fortuna.
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:05 pm

Faelin

Capitulo I: Genesis

Una entramada red de tuneles y galerias descendia bajo kilometros y kilometros de la roca pura de la montaña, alli, a la sombra de esta, la antigua civilizacion de los Drow, tambien llamados elfos oscuros, desrrollaba tranquilamente sus vidas, hijos de la oscuridad y amos de las tinieblas tallaban en roca viva sus hogares, al igual que los enanos, en una de estas casas, en el limite exterior del tunel principal dos figuras en pie se contemplaban mutuamente, un padre y un hijo, el mayor parecia rondar el tricentenar de años, aunque eso, para un elfo oscuro era la madurez, el pequeño, el chico, apenas rondaria los ciento cincuenta y tenia los pelos largos y blancos, los ojos purpureos y la piel negra cual mineral de obsidiana...

Su padre sonrio, sus dientes blancos contrastaban con el oscuro color de su piel y con el hermoso arco que portaba en su mano derecha, con un energico movimiento lo lanzo y Faelin lo cogio al vuelo, parecia marfil... o quiza algun material aun mejor, la fina cuerda de oro parecia brillar con luz propia y al cogerlo el arco vibro con una energia extraña, reaccionando al pensamiento feliz del chiquillo su luz se intensifico aun mas. El elfo oscuro invito a su hijo a cogerlo y tensar la cuerda, sus cabellos blancos le caian en largos mechones niveos sobre los hombros, de un fuerte tiron el chico tenso la cuerda, era mucho mas ligera de lo que a simple vista parecia y, sin embargo, parecia tener una gran fuerza.

-Hoy te enseñare a disparar, Faelin, toma este arco como regalo de cumpleaños y no lo pierdas jamas, portalo siempre, sabra guiarte a lo largo de tu vida.

El chico sonrio aun con mas felicidad y el arco aumento a una vez su brillo.

Ambos salieron del edificio, el oscuro tunel que generaciones de Drows habian excavado tiempo ha en la roca se extendio ante ellos, tras un rato caminando llegaron al campo de entrenamiento, edificio contiguo al cuartel, tras posicionarse ante una de las gruesas dianas donde los arqueros del ejercito entrenaban. El chico, como temiendo que el arco se fuese a romper coloco una flecha del carcaj dorado sobre la cuerda de este con sumo cuidado y la tenso con la misma facilidad que antes, finalmente la solto, la flecha volo a gran velocidad atravesando la diana de lado a lado, Faelin miro su arco sorprendido, apenas le costaba tensarlo, aun asi, era muy potente, tras contemplar su gran regalo abrazo a su padre y volvio al interior de la casa para enseñarlo a su madre, pocos sabian que ese seria uno de los ultimos dias de su corta niñez.


Capitulo II: Rumores

Por todas partes volaban noticias de guerra, poblados asaltados en los tuneles superiores y muchas muertes, pero, ajeno a todo eso, Faelin mantenia su vida habitual, todos los dias iba a entrenar con su nuevo arco mientras que su padre, agente especial del rey drow realizaba incursiones a los tuneles superiores...

La ultima flecha de su carcaj se clavo limpiamente en el centro de la diana, la cuerda dorada no parecia teñirse de la sangre de los dedos del muchacho que disparaba incansablemente aun teniendo innumerables cortes en los dedos a causa de la potencia del arco, sudoroso y agotado se arrodillo en el suelo mientras la sangre y el sudor se entremezclaban produciendole un leve escozor en las heridas para, finalmente, caer al suelo formando un charquito, una sonrisa se formo en sus labios, su punteria aumentaba dia a dia.

Tras recojer sus cosas se cargo arco y carcaj a la espalda y volvio a casa, una muchacha algo mayor que el paso corriendo a su lado seguida de una mujer mayor, lo que Faelin oyo le paralizo de terror, habian capturado a algunos elfos oscuros mientras hacian una incursion en los tuneles superiores, tras recobrarse un unico pensamiento atravesaba el cerebro del muchacho, "Tengo que asegurarme", rapidamente volvio a casa y metio en una mochila comida y bebida asi como una pequeña daga de plata cuidadosamente forjada y de hoja curva dandole un aspecto exotico y partio hacia los tuneles superiores, nadie se dio cuenta pues el revuelo de la noticia parecia haber conmocionado a todos y muchos corrian de aca para alla sin darse cuenta de nada.


Capitulo III: Muerte

Tras varias jornadas de viaje el paisaje habia cambiado, la roca presentaba un aspecto grisaceo y la escasa luz cegaba frecuentemente al elfo oscuro, de repente, sus pies tropezaron con algo y cayo al suelo, sobre algo blando, tras reincorporarse la verdad lo golpeo como una maza, se hallaba sobre un cadaver, un elfo oscuro en apariencia, parecia un soldado pues portaba una armadura, totalmente ensangrentada y una espada larga tintada de un liquido rojo y viscoso, presumiblemente sangre, aterrado, el muchacho avanzo entre la marea de cadaveres intentando distinguir a su padre entre ellos, a lo lejos oyo un gemido y se aproximo lentamente, una mujer con el casco hundido gemia en el ultimo estertor de vida, murmuraba unas palabras ininteligibles y Faelin se aproximo para intentar captar algo

-*Respiracion agitada* Se los han llevado fuera... *tos* los demas han muerto...

Finalmente tosio escupiendo gran cantidad de sangre mientras se debatia violentamente por respirar, la sangre habia anegado sus pulmones y, finalmente, entre espasmos, murio.

Horrorizado el elfo se deslizo hacia el exterior, la luz acaricio su piel, aunque era de noche la luna le deslumbro y este avanzo a tientas hasta ocultarse bajo un arbol, una vez sus ojos se acostumbraron avanzo, oculto bajo ramas, a lo lejos podia percibir fuego y griterio, poco a poco se aproximo hasta descubrir un campamento, una infinidad de figuras de extraño aspecto danzaban entorno a una hoguera, en esta se encontraban dos figuras, agonizando, empaladas mientras las llamas lamian sus cuerpos, a la derecha Faelin percibio unas jaulas con otros tantos elfos, algunos le resultaban familiares, haciendo frente al miedo se deslizo hasta las jaulas tan sigilosamente como le fue posible hasta llegar a la mas cercana, comprobo el candado, nada que no pudiese forzarse, rapidamente extrajo su daga de la bota y hurgo en la cerradura hasta que un crujido le indico que se habia abierto, sigilosamente abrio la puerta y los elfos comenzaron a salir, cuando, tras el, unos pasos pesados le sorprendieron

-¡Eh! ¡Mirad que tenemos aqui! Escoria elfica

Una algarabia de gritos procedentes de la hoguera se elevo frente a el, rapido como un rayo hundio la daga en el cuello escamoso de su enemigo pero, para su desgracia, este pesaba demasiado y cayo sobre el, aplastandolo con su peso hasta que perdio la consciencia.


Capitulo IV: Preparacion

El sol atraveso su piel como un centenar de agujas resplandecientes haciendo que recuperase la conciencia, sobre el, su enemigo muerto, la sangre seca habia cubierto su cuerpo haciendo parecer que ambos hubiesen muerto y protegiendole de los demas enemigos, como pudo, se quito de encima el cuerpo del enorme lagarto, en el aire flotaba un extraño olor... el hedor de la muerte... con pesar, el elfo camino entre los cadaveres, por doquier se hallaban elfos y enemigos muertos, uno de los cadaveres atrajo su atencion, portaba los ropajes oscuros de los agentes, finalmente lo reconocio, un grito de angustia salio de la garganta de Faelin, su padre yacia con el abdomen atravesado y una extraña sonrisa en los labios, corriendo se arrodillo junto a el, no habia nada que hacer, la herida era mortal, a la espalda del Drow, el arco blanco se tiño de negro ante el funebre sentimiento de Faelin y, aunque este no lo supo, en esos momentos murio, tras cargar el cadaver de su padre en sus hombros regreso a los tuneles, arrastrandose por el peso de sus propias heridas y el cadaver del elfo.


Tras semanas de viaje sus ojos purpureos lograron distinguir en la lejania las oscuras casas de la ciudad, aun llevaba el cadaver de su padre a rastras cuando entro por la puerta de su casa y parecia haber envejecido cien años de golpe, largo y tendido lloro su madre al descubrir la noticia. A largas horas de la noche se celebro el funeral, durante este, un agente se acerco a Faelin y le murmuro algo al oido, algo que solo el podria oir...

-Seguiras el camino de tu padre, ven a verme cuando puedas si quieres vengarle.

Esa noche fue la peor de su vida, incapaz de pegar ojo sus sueños se poblaban de extrañas sombras escamosas hasta que, finalmente, llego el amanecer, Faelin cogio su arco y su daga y partio al encuentro del agente...


Los datos siguientes son confusos e incompletos, unicamente se sabe que Faelin fue arduamente entrenado como agente del emperador, las sombras se convirtieron en sus aliados, el arco y la daga en sus brazos y no habia cerradura alguna que resistiese sus habiles manos, cuando Faelin salio del palacio, años despues, parecia una persona distinta, portaba la larga capa de los agentes, capaz de ocultarse casi en cualquier lado y su arco negro "Shadowhunter" iba a su espalda, asi como un carcaj del mismo color, la pequeña daga curva de plata descansaba sobre su cinto y el mismo cambio, Faelin comenzo a creer que no existia el bien en nada, ni siquiera en sus propias acciones. Guiado por este principio tendia a seguir cualquier capricho momentaneo. El bien y el mal comenzaron a ser dos conceptos irrelevantes cuando hubo de tomar una decision. Resultaba extremadamente dificil tratar con este personaje. Se supo que fue capaz de jugarse alegremente y sin razon aparente todo lo que tenia a una sola carta. Casi nunca se puudo confiar en el. De hecho, la unica cosa fiable que tuvo es que ¡No te puedes fiar de el! Como lunatico y loco fue desde entonces tachado Faelin.

Poco tiempo paso el Drow en la ciudad tras salir de palacio, el y una elfa oscura, Isidith, partieron casi de inmediato hacia los tuneles superiores para nunca volver...



Capitulo V: Venganza

Libre de toda atadura familiar pues tanto padre como madre murieron para el, los dos agentes se deslizaron por las sombras hasta emerger en el exterior, buscaban algo muy concreto, una antigua raza de lagartos-hombre, de la tribu que tiempo atras hubiere asesinado a su padre, siguieron sus rastros durante semanas hasta que finalmente dieron con ellos, ocultos en las sombras atacaron apuñalando a todos y cada uno de los inhumanos monstruos, sus flechas atravesaron a muchos que huian hasta que, satisfecha su venganza se desvanecieron en las sombras, tal como habian llegado, solo se conoce que hasta el momento vagan, sin rumbo fijo, empleandose a menudo como espia, asesino o mercenario, pocos conocen a Faelin el Drow personalmente, sin embargo, muchos temen su rapido filo y su certero disparo, solo se conoce una vaga descripcion fisica de el y su acompañante, una figura encapuchada, cuyos cabellos blancos caen sobre sus hombros y sus ojos purpureos brillan con un extraño fulgor...



Años han pasado desde esos acontecimientos y ahora, el agente ha cambiado, retirado del servicio, al menos en apariencia, vive en el castillo del duque de Uru, legado a labores diplomaticas y como consejero, nadie sabe por que el duque eligio como chambelan al drow, solo el sabe el motivo, una pequeña riña entre ducados puso al duque en jaque y el, justiciero y villano, atraveso de un certero disparo el craneo de uno de sus asesinos, desde entonces, este le debe la vida.
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:38 pm

Keira.

Hace casi una veintena de años, en el ducado de Uru, cuando el brillante duque Edmond Courney apenas comenzaba su goberno sobre esas tierras un acontecimiento cambió por completa la vida del señor.
Una pareja de elfos regentes, reyes de un reino oculto en los más profundo del bosque Rojo; quienes no se dejaban ver, aparecieron muertos a las puertas de la gran mansión con un bebé en brazos que pataleaba sin descanso. Los guardias que vigilaban la puerta pudieron apreciar que era una pequeña elfa, observando las orejas picudas que la caracterizaban.
En el interior de las mantas que cubrían a la pequeña, una nota con caracteres élficos escritos por las dos caras apareció, con una caligrafía cuidada y con florituras. Pero los guardias no sabían leer caracteres élficos, puesto que eran humanos con una simple lanza que apenas sabían leer su propia lengua.
Pidieron una cita para ver a su señor, Edmond Courney, diciendo que era algo importante.
El señor se intrigó y concedió la visita a los dos guardias, quienes, aterrorizados ante la presencia de la elfa que lloraba, depositaron el cuerpo del bebé a los pies de Courney y volvieron a sus puestos.
El duque escudriñó la nota que los dos hombres habían encontrado junto a la pequeña.
Edmond no sabía leer caracteres élficos. Era muy culto, y conocía la inmensa historia de los elfos, pero nunca le habían enseñado a leer esa lengua casi olvidada.
Llamó a todos sus clérigos. Éstos se pasaron tres días descifrando la complicada lengua élfica.
Por fin, lo consiguieron.
Uno de los sabios llamó al duque, inclinándose ante él.
-Mi Señor… Hemos descifrado la complicada lengua de los elfos que nos ordenó. Es… una comunidad élfica que jamás se ha dejado ver, ¿lo recordáis, Señor? Lo hemos escrito en vuestra lengua para que podáis comprenderlo. –
Edmond asintió, agarrando el papel con ansia incontrolada.
“Aquellos que sepan descifrar nuestra complicada lengua. Si estáis leyendo esto, significa que nuestra hija queda en vuestras manos. Su nombre es Keira, y es hija de los señores de la comunidad elfica de Vara, en el bosque Rojo. Vuestro destino es cuidarla y protegerla, en la salud y en la enfermedad, hasta que sepa valerse por sí misma. Nuestra comunidad está en exilio.
Deberá aprender su lengua materna, los caracteres élficos que predominarán en su vida y manejará el arco y una daga. Por favor, nuestra pequeña elfa debe sobrevivir. La dinastia de nuestra familia se extinguira si ella perece. Gracias, de todo corazón.”
El duque tomó una dura decisión. Cuidaría a la pequeña como si fuera su propia hija. Las afiladas orejas de la pequeña se removían, y los ojos color miel de la chica relucieron mientras una amplia sonrisa aparecía en su rostro.
Y así pasaron los años. Keira se convertía en una típica elfa de bosque, con afiladas orejas, puntiagudas y unos grandes ojos rasgados de color miel que parecían saberlo todo.
Su rostro añiñado sonreía continuamente, pero cuando se enfadaba, su alegría quedaba cubierta por una máscara de ira que ocultaba sus rasgos élficos, haciéndola parecer peligrosa.
Edmond procuraba no hacerla enfadar, pues si se enfadaba, su temperamento era como el fuego, inflamable e indomable.
Desde muy pequeña aprendió su lengua materna, devorando los libros escritos en élfico que poseía el duque, y aprendiendo a usar su daga, teniéndola siempre consigo.
Keira jugaba con los demás niños del condado, pareciendo así una humana más, y reía y corría con ellos sin preocupación alguna.
Los años pasaron sin problemas, con el condado en paz.
La elfa acababa de cumplir ocho años. Le gustaba recorrer el castillo, buscando habitaciones secretas.
Pronto descubrió la colección de armas de Edmond.
Un esplendoroso arco relucía ante sus ojos expectantes.
El duque apareció tras su hija adoptiva, sonriendo.
-¿Te gusta?-. La pequeña se sobresaltó, dándose la vuelta. Asintió, con sus ojos reluciendo con emoción.
- Pues… Si tanto te gusta, ya es hora de que comiences a practicar el tiro con arco.- Y sonrió.
La elfa gritó, emocionada.
A partir de ese día, su destreza en el tiro con arco se dejó ver, era brillante.
Cada año iba mejorando más, era muy inteligente, pues los clérigos que vivían en el castillo del duque le enseñaban astronomía, alquimia, matemáticas, y más materias que ella daba en el colegio.
Su lengua materna se convirtió en una de sus prioridades, y pronto logró ser una de las más expertas en temas élficos.
Keira alcanzó los catorce años, era una elfa esbelta y bella, el cabello marrón claro le caía por la espalda, con algunas trenzas que lo hacían brillar ante el astro rey. Sus ojos color miel parecían saberlo todo y abarcar el mundo, y Edmond decidió que ése era el momento idóneo para que la ya no tan pequeña elfa supiera realmente quién era.
Un día soleado se acercó a la joven, y entabló una conversación amable.
-Keira... tengo que contarte algo. No eres realmente mi hija. Tus padres… no sé qué les pasó, pero aparecieron junto a ti cuando eras pequeña frente a mi castillo. Tus padres eran una pareja de elfos, señores de una comunidad en el bosque rojo, y me dejaron a tu cargo. –
La chica no dijo nada. Escudriñó el suelo, pensativa. En los libros que había leído sobre los elfos, nadie había dibujado nunca uno, quizá porque nadie les había visto. Y su padrastro era demasiado viejo para recordar los detalles de los rostros de sus padres. Una única frase salió de sus labios, mientras lograba controlar su voz, que amenazaba con quebrarse.
-Padre… ¿Soy una elfa? ¿Quiénes eran mis padres?-
Edmond sacudió la cabeza. Había esperado otra reacción por parte de Keira.
–Lo siento… No sé quiénes eran tus padres. Eran los regentes elfos vecinos, pero yo jamás tuve trato con ellos.-
La elfa asintió. Comprendía lo que decía su padrastro, pero siempre se había sentido fuera de lugar. No era como los demás. Una media sonrisa asomó a sus labios.
-Padre… he visto que no existe ningún dibujo de elfos… ¿Podrían dibujarme a mí?- y esperó ansiosa su respuesta. Edmond sonrió con tristeza. – Aún no, pequeña, aún no…-.
La joven no dijo nada. Había esperado esa respuesta. Desde ese momento, se volcó en el tiro con arco, y clavaba su daga con total perfección. Pasaron tres años, y la elfa no volvió a mencionar el tema, volcándose en sus estudios y en el tiro con arco.
A sus diecisiete años, era una joven de extraordiaria belleza, y sus ojos de color miel eran realmente cautivadores.
Su padrastro había envejecido, pero conservaba el porte que le hacía parecer el duque que había sido.
Keira probó de nuevo a preguntar a Edmond acerca de la pintura. Él sonrió, y una frase salió de sus labios.
-Querida… antes eras pequeña, no podía dejarte… Ahora es el momento.- Y sonrió ampliamente, mientras
inclinaba la cabeza, dando a entender así que daba su apoyo.
Keira sonrió ampliamente. Cambió sus ropas por otras típicas de los elfos de los bosques, y observó su arco, ya viejo. Pronto lo sustituyó por otro de madera de secuoya, fuerte como ninguno, y la cuerda la hizo entrelazando crines de caballos purasangre.
Pronto, el cuadro estuvo terminado. Edmond colgó el cuadro en el salón, y allí se quedó.
Keira continuó viviendo en el condado junto a su padrastro, cuidándole y ayudándole en lo posible.
Pasaron dos años. Keira no quería separarse de su padrastro, le había cogido tanto cariño…
A sus veinte años, era una elfa adulta, aunque por lo que había estudiado los elfos vivían más tiempo que los humanos, pero no tenía certeza de ello.
Por lo tanto, siguió estudiando con los clérigos al servicio de Edmond, dedicando varias horas al día a sus estudios, mientras que compaginaba el tiro con arco el manejo de su daga.
Gracias a eso se convirtió en una elfa alta, esbelta, con ropas élficas de los bosques, fáciles de camuflar y con el cabello largo, de color marrón claro, hasta la espalda, con numerosas trenzas sueltas por el pelo. Sus ojos color miel resplandecían con el Sol, rasgados, una característica de los elfos de los bosques.
No había cambiado sus ropas, siempre élfica, con su arco y su daga siempre a mano. El carcaj a la espalda no le impedía movimientos y era rápida, ágil y silenciosa.
Actualmente, sus movimientos siguen siendo rápidos y silenciosos, es una joven esbelta y alta y sale a pasear por el condado, con conocimientos de todo tipo, con su carcaj y arco a la espalda, y la daga escondida en uno de sus múltiples bolsillos.
Es alegre, simpática, y divertida, pero no conviene hacerla enfadar pues su temperamento es como el fuego.
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 5:50 pm

Vash.

Capítulo Primero: Los Llantos del Bebé

No tengo muchos recuerdos sobre mi pasado, sobretodo hay un vacío en mi tierna infancia. Varias son las historias que a lo largo de mi vida me han contado, junto a los flashes que a veces medio hebrío me vienen a la cabeza. Según me contó mi vieja amiga y mentora Rem, fui abandonado al nacer en el convento de Kuryt, lejos, muy lejos de donde me encuentro ahora, el Ducado de Uru.

Rem siempre me contaba la noche en la que un pequeño recién nacido de pelo rubio y ojos verdosos esmeralda fue abandonado a las puertas del antiguo Santuario. Reboloteé todos los niños que dormían a esas horas de la madrugada con mis sonoros llantos aunque al verla sus ojos me calmaron, esa mirada dulce, su tierna sonrisa,…


Capítulo Segundo: Forjando ideales

Esta etapa de mi vida, desde los 5 o 6 años ya es más clara, tengo recuerdos la mayoría son buenos tardes junto a mis amigos y junto a Rem que desarrolló un papel de madre para mí. Nuestra amistad se iba agrandando día a día, ambos compartíamos ideales, debatíamos sobre temas triviales y nos pasábamos muchas horas aprendiendo de la Naturaleza que había alrededor. Ella me enseño a leer y escribir, cosa que me recuerda que hace mucho que no lo hago, a distinguir entre las plantas aquellas que son medicinales de aquellas venenosas, y aquellas indigestas de las comestibles. Pero lo que realmente aprendí de ella es a no tratar de ser Dios, nadie tiene debe quitarle la vida a nadie, nadie es superior a los demás para negarle el único derecho que se tiene al nacer, la vida.

La amistad que tenía con Rem, hizó que los demás niños empezaran a estar recelosos por mi distanciamiento del grupo, al no divertirme con ellos, y al monopolizar el tiempo de la encantadora Rem.

Capítulo Tercero: Hasta siempre Saverem…

Un 13 de Julio de hace unos 10 años, volviendo de un picnic en el campo con Rem, mi rostro mostraba felicidad pues me encantaba pasar el tiempo libre que teníamos con ella, algo extraño pasaba en aquel Monasterio. El humo copaba la colina, bajaba hasta donde estábamos. Corriendo volvimos al Santuario donde una tensa calma copaba el ambiente. La puerta extrañamente estaba abierta con algunas flechas clavadas en ella, varias ventanas rotas, humo saliendo de las ventanas del piso superior donde timidas llamas empezaban a brotar. Con la mano Rem me impidió entrar se giró y mirándome me dijo:

- Vash, aguarda en nuestro escondite hasta que yo vuelva – su voz contradecía su rostro que mostraba serenidad pero yo notaba que por dentro había miedo
- Pero Rem… - respondí hasta ser cortado por ella
- Hazme caso Vash… vete! – dijo seria y enfadada, nunca la había visto así.

En contra de lo que mi corazón pedía mi mente razonada me hizo irme aunque no tan lejos como ella me había dicho sino encima de un árbol frondoso que había cerca de allí, donde podía ver sus pasos. Escalé por el tronco hasta llegar a la copa, Rem había entrado cuando oí su voz, un largo y fuerte chillido, miré desde mi posición como podía, entre las verdes hojas del árbol, se veía una de las ventanas del primer piso que se abría y de ahí tiraban a Rem con un puñal clavado en la tripa, la sangre empezaba a mezclarse con el verde de la pradera.

Lágrimas se iban creando y cayendo de mis ojos, llorosos, la rabia inundaba mi cuerpo, quería chillar mi mente me mantenía sereno, pero mi corazón quería ir a verla, preparándome para bajar, volví a oír voces, esta vez eran de varones, no había hombres en ese Monasterio por lo que debían ser los extraños que habían saqueado o matado a todos. Esperé desde el árbol observando meticulosamente todos los gestos, rostros, memorizando caras y voces, pequeños detalles que permitieran reconocerles.

Al cabo de una hora aproximadamente, con todo en calma, bajé del árbol, corriendo me dirigí donde yacía Rem, ensangrentada, con el puñal en el estómago. No podía permitir que su cuerpo se quedara ahí…

Entré en el Monasterio, cadáveres y muebles tumbados y revueltos por todos lados era doloroso, toda la gente que conocía yacía muerta. Busqué y rebusqué en el cuarto de las herramientas del huerto hasta encontrar una pala para hacerle un entierro a Rem y al resto del Monasterio.

Me costó varios días cavar los agujeros y celebrar las ceremonias para que pudiesen llegar al otro mundo sin penas ni preocupaciones. El último entierro, fue el más emotivo, era el de Rem a la que despedí con muchas lágrimas que caían sobre su vestido ensangrentado.

Una vez terminé con todo cogí cuatro cosas para poder sobrevivir hasta llegar a la aldea más cercana a varios días andando, las pusé en una mochila y empezó lo que ahora es mi vida…


Capítulo Cuarto: La ley del más fuerte

Habían pasado los años en los que yo iba deambulando por el mundo, de pequeño al ser sólo un niño huérfano y sin destino la gente era amable conmigo, hasta que llegué a la adolescencia, unos 15 años debía tener, y esa amabilidad se había cambiado por desprecio y recelo, me miraban como un vulgar ladronzuelo pues mi ropa estaba llena de parches y mi sonrisa ya no enamoraba a la gente como solía.

Eran decenas las aldeas y ciudades que habían recorrido mis piernas, apenas pasaba unas semanas en cada uno, trabajando en donde me acogían y ayudando en todo lo que podía hasta que llegué a Nifhleim, una gran metrópolis donde habitaban seres de todas las razas, con puerto en el norte y donde atónito iba mirando a los extraños habitantes de dicha ciudad, Saurios, elfos, enanos de todos tipos, piratas,…

Debía tener unos 15 años cuando junto a mi mochila y mi gabardina roja, que había conseguido durante mi viaje por el mundo conocido y por conocer, observé sentado en el suelo de una gran plaza, a la vez que comía unos rastrojos de pan, a un Saurio, su rostro de reptil me dejaba embobado, las babas y el aliento salían de su boca al hablar y respirar. Me vió, una vez mirándolo pareció no gustarle, cosa que hizó que viniera enfurecido hacia mi me agarró del cuello y me levantó mostrándome sus afiladas garras y dientes, yo atemorizado pensaba que sería mi final hasta que un corpulento hombre de barbas y pelo castaño oscuro agarró la mano que iba a atravesar mi garganta sin piedad alguna. El Saurio se giró hablándole y maldiciendo en una lengua extraña a la que el hombre respondió con poca fluidez pero que funcionó pues el “animal” se fue dejándome caer al suelo.


Capítulo Quinto: Coincidencias de la vida

Poco después de aquel percance del que agradecí la actuación del hombre, coincidimos en las calles. Mi rostro esbozó una sonrisa a la vez que levantaba la mano saludándole, y él se acercó a mi con su cara de buenacho y me propuso de trabajar para él unos días de ayudante en la Herrería que tenía. Andamos un poco por las calles hasta llegar a su taller. Como no tenía nada que hacer ni conocía a nadie acepté ayudarle a pesar de no gustarme las armas ni todo lo relacionado con ellas aunque sabía que en ese mundo loco en el que vivíamos sin una no podría intimidar a nadie para convencerle de no usar la violencia.

Los días iban pasando, luego semanas y meses, mi trabajo evolucionó de simple ayudante (traer madera, comprar la comida, limpiar el sitio,…) a ser el aprendiz del herrero (afilar armas antiguas, reparar otras, e incluso forjar espadas, hachas e incluso lanzas). La destreza que tenía creando armas era bastante buena y me costó varios años perfeccionar la técnica hasta conseguir unas más que excelentes herramientas de matar. Aún así no me gustaba crear objetos que servían para quitarle la vida a alguien, sabiendo que casi todas se usarían para eso. Prefería pensar que ayudaba a mi buen amigo Bjor pues empecé porque él me había salvado y quería ser agradecido, nunca había pensado que me iba a quedar tanto tiempo en esa ciudad pero me gustaba el sitio, aunque sabía que me iba a ir en algún tiempo, no me gustaba permanecer tanto en un sitio, establecer amistad con la gente para luego perderla como hice con Rem.


Capítulo Sexto: La despedida

En la ciudad muchos ya me conocían y me saludaban por la calle, el verdulero, el panadero, el carnicero,… incluso el tabernero donde me pasaba varias horas al día sobretodo de noche con Bjor un gran bebedor, y charlábamos de cosas triviales de la vida hasta llegar muy ebrios a casa. A veces había pequeñas peleas de taberna donde intentaba mediar no siempre con mucho éxito y la mayor parte de las veces terminando con algún que otro ojo morado o cicatriz. Durante el tiempo libre Bjor me enseñaba a usar la espada que yo mismo había forjado y él había refinado. Era una especie de katana hecha del mejor acero que había llegado a la ciudad, y su filo que sólo cortaba por un lado era muy afilado pudiendo cortar casi cualquier material inclusive alguna que otra espada en no muy buenas condiciones e incluso alguna mal forjada.

A los 17 o 18 años, no recuerdo muy bien, otra desgracia inundó mi vida, el viejo Bjor cogió una extraña enfermedad que le mantuvo en la cama muchos días, yo muy a su pesar tuve que cerrar la herrería hasta que él se recuperase pero eso nunca sucedió. Pasaron las semanas y en vez de mejorar cada vez estaba peor hasta que un día ya no volvió a ver el Sol que se levantaba en el horizonte del mar.

Capítulo Séptimo: ¡Danger Vash Stampide!

Desde que perdí de nuevo a alguien a quien tenía aprecio, viajé de nuevo de pueblo en pueblo, teniendo poco trato con la gente solamente ayudando a quien veía que lo necesitaba pero el destino o alguno de los seis Dioses querían que allí donde fuera las desgracias aparecieran. Aldeas saqueadas por bandidos de todas clases (Saurios, Orcos, Tauros, Ogros e incluso Roedores), desgracias en tabernas, guerras, epidemias de las que siempre salía con vida, algunas veces peleando aunque nunca matando a mis rivales solamente dejándolos heridos y llevándolos a algún médico para que no murieran, siguiendo mis ideales que adquirí de Rem.

Todo eso fue causando rumores, leyendas urbanas, bulos sobre un hombre alto y delgado con el pelo rubio, de un hombre con una gabardina larga, o de un hombre rubio con un pendiente (un aro plateado) en la oreja izquierda

La experiencia que había adquirido y la suerte en otras ocasiones, habían permitido que siguiese con vida, aunque con varias cicatrices en el cuerpo.

Ahora el destino me había traído al condado de Uru donde pasaba el día en la taberna pasando desapercibido…
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Mensaje por Admin Miér Jul 02, 2008 9:07 pm

Ralexion.

Prólogo: El seno de la riqueza

Era una silenciosa noche en el palacio de los Kidbudd, una noche de verano bastante agradable, con una brisa nocturna revitalizante surcando los cielos.
Ese plácido silencio fue roto por los llantos de un bebé recién nacido, que berreaba desconsoladamente en un mundo desconocido para él. La matrona entregó dejó a la criatura en los brazos de su madre, cerca de esta, observando cuidadosamente al bébe, se encontraba su padre.
Ese bebé era el primogénito y por lo cual, heredero de los Kidbudd, la esperanza viva de continuar con el linaje de aquella antigua familia de nobles.

Capítulo 1: Una vida fácil

Como miembro de una familia de nobles, su crecimiento estuvo plagado de caprichos y comodidades. Lo que se dice una vida “fácil”, sin tener que sobrevivir en la más dura pobreza como mucha gente de Uru se veía obligada a hacer. O peor aún, haciendo uso del crimen o de trabajos humillantes para poder llenarse el gaznate de comida.
No, él vivió lejos de todo eso, en un mundo lleno de lujos y de comodidades, su familia, gracias a su gran posición social y su poder adquisitivo, podía permitirse cualquier capricho que se le pasaba al joven por la cabeza, sin ningún tipo de excepción.
Maximiliam Kidbudd y Amanda Ichiwa, esos eran los nombres de sus padres, los que tanto le habían dado.

Capítulo 2: La vida, un agridulce manjar

La vida de Ralexion, en el seno de esa familia, era bastante despreocupada y fácil, como cabe esperar. Pero no todo era comodidad en la vida de aquél chico: su padre quería entrenarlo para la guerra, y su madre quería que fuera sabio y estudioso, querían forjar a un verdadero hombre de oro, que se pudiera desenvolver en cualquier situación, y solucionar cualquier problema.
El chico, que ya era vago por naturaleza, le costó mucho acostumbrarse a esa nueva vida, plagada de duro y aburrido trabajo. Su corta edad, y la vida que le habían estado dando sus progenitores hasta ese momento, no hicieron más que dificultad la adaptación del infante.
Sin embargo, su Padre, más inflexible que una espada bien templada, no desistía en su empeño. Además, trataba de enseñarle la importancia del trabajo duro al chico casi a diario, sin importarle los métodos que tuviera que utilizar.
A la edad de 7 años, ya cansado de la pesadez de su padre, se resignó y trató de ponerle empeño al trabajo duro. Desde luego, la enseñanza era de calidad, el chico tenía a su disposición a los mejores instructores y eruditos que el dinero podía contratar...

Capítulo 3: Dos es multitud

Cuando Ralexion tenía la edad de 14 años, su madre trajo a otra criatura a este mundo, solo que esta vez no era niño, sino una niña. Al principio, la idea de tener a una hermana le gustó, pero después descubrió que no era tan bueno como parecía en un principio. La razón en particular era que sus padres ya apenas le prestaban atención, y ya apenas satisfacían sus caprichos, como tanto hacían antaño. No, ahora estaban demasiado ocupados cuidando a la “nueva”, como la designaba él.
Con esa edad, en la que apenas había madurado psíquicamente, el chico se desvivió por conseguir la atención de sus padres otra vez. Después de agudizar su ingenio, pensó que la única manera sería trabajando más seriamente para atraer la atención de sus padres, y funcionó, sobretodo con su figura paterna, además de mentor, consiguiendo una relación todavía más estrecha con él. Sin embargo, esa sensación de sentirse ignorado no despareció por completo como él quería, sobretodo en compañía de su madre...

Capítulo 4: Con la edad, el punto de vista evoluciona

17 años, esa era la edad que el joven ya tenía. Su hermana, Ariadna, 3.
La niña había crecido sana y fuerte, con un pelo de color moreno claro, como toda la familia. Aunque Ralexion en un principio había llegado incluso a detestarla, le había cogido mucho cariño con el tiempo, en parte gracias a su reciente madurez.
La edad se notaba, tanto en su cuerpo como en su mente, su padre, entrado en años, ya no lo trataba de forma tan infantil como antes, y gracias a esto, el afecto entre ambos había aumentado incluso más. Se hablaban de hombre a hombre, discutían en largas conversaciones científicas y bélicas, no como padre e hijo, sino como si fueran amigos de la infancia, sin ningún tipo de tapujo. Y su madre se había vuelto mucho más respetuosa con él.
Todo le iba perfectamente, su anhelada mayoría de edad se acercaba, la fama de su familia estaba en auge, y no había ninguna guerra que perturbara su paz. Ralexion creía que este dulce periodo duraría para siempre, más no sería así...

Capítulo 5: Estúpidas costumbres

El día que el chico tanto había esperado ya había llegado: el día de su decimoctavo cumpleaños, el día que se convertiría en un hombre.
Tras una larga fiesta, en la que la familia y conocidos disfrutaron hasta la noche, y una larga serie de regalos de todo tipo, ocurrió algo que Ralexion nunca habría podido predecir...
Su padre le llamó al patio de su palacio, su madre, desde la ventana de la habitación del matrimonio, observaba con mirada triste. La luna iluminaba el jardín, Maximiliam en un extremo, Ralexion, en otro, en el centro, un par de lujosas cimitarras ceremoniales envainadas. Según decía la tradición, el hijo, cuando alcanza la mayoría de edad, tenía que matar con sus propias manos a su progenitor para ocupar su lugar en ese mundo, si Ralexion no lo hacía, deshonraría el nombre de su familia, y no quería hacerlo.
Ambos hombres se acercaron al centro y tomaron cada uno un arma, sin decir una palabra, la desenvainaron al unísono. Ralexion realizó una fuerte y rápida estocada dirigida al abdomen de su padre y este nisiquiera trató de defenderse.
El arma atravesó al ser que más respetaba y admiraba en este mundo, y acabó con su vida...

Capítulo 6: La vida, sin él...

Ralexion estaba cabreado con todo el mundo, sobretodo con su madre, por no haber impedido nada. Al principio, tuvo la determinación para hacerlo, pero la visión del cadáver de su padre le hizo ver las cosas con otra perspectiva.
Harto de tener que vivir en esa casa que le traía demasiados recuerdos amargos, la abandonó. Con la edad de 22 años y toda una vida por delante, el adulto se trasladó al Ducado de Uru, aunque no tenía trabajo, su instinto para los negocios le sacó adelante, sobrepasando sus modestas expectativas, llegando a jefe del gremio de mercaderes.

Capítulo 7: De nuevo riqueza

La riqueza que había amasado igualaba ya a la que tenía su familia. Quizás, incluso la superase ya. Tenía en propiedad una de las casas más lujosas del barrio más lujoso del Ducado. Había salido del más bajo fondo gracias a su ingenio y su trabajo duro y ahora era una de las personas más importantes del Ducado, para él, no había meta mayor.
Además, se había casado con Sarah, una mujer de increíble belleza. Con esta, había tenido a una hija, Cassandra, con una melena rubia, igual que la de su madre.
Desgraciadamente, Sarah murió en el parto. Una vez más, Ralexion había perdido a un ser querido.

Capítulo 8: Su nueva familia

Cassandra ya había cumplido la mayoría de edad, pero esta vez, no había ninguna línea de sangre azul que proteger, así que Ralexion no dijo nada sobre ese maldito ritual.
La chica ya sobrepasaba a su madre en belleza, pero lo compensaba con una gran timidez.
Por los rumores, Ralexion se enteró de que su madre y su hermana habían muerto, y esta última había dejado a dos hijos solos. Sin pensarlo dos veces, volvió a Uru y adoptó a sus dos sobrinos, Persival y Garreth.
Cassandra tenía 22 años, Persival, 18, Garreth, 27, y Ralexion, ya 44, rozando la veteranía. Aunque tenía el pelo ya cano, su cuerpo seguía conservando una gran musculatura.
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Mensaje por Admin Vie Jul 04, 2008 5:09 pm

Rak.

El nacimiento:

Era una noche oscura como pocas la lluvia repiqueteaba en las ventanas de la destartalada pero acogedora casa de piedra el fuego estaba encendido en la chimenea llena de ollin mientras el fuego restallaba un niño vino al mundo era pequeño y fragil como todos al nacer, dias despues llego el padre de la criatura orgulloso cogio a su hijo varon y exclamo:

-Te llamaras Rakeb, como tu abuelo, te convertiras en un magnifico pirata de Ulg sino tiempo al tiempo,

El padre no era otro que Willhem el viejo uno de los capitanes mas temidos y buscados pero en aquel pueblecillo no habia peligro alguno por las autoridades aquel lugar era una pequeña colonia de los piratas de Ulg, era una pequeña bahia con un enorme faro alumbrando a los barcos en las noches oscuras

Una infancia tranquila en el acantilado:

Los años pasaron y aquel bebe fragil y tambaleante crecio convirtiendose en un niño alto y fibroso de tez morena por el sol que lucia permanentemente en aquel lugar y de ojos y pelo negro como el carbon que extraian los esclavos de las minas, su infancia se mantuvo sin sobresaltos solo cuando su padre volvia el dia del cumpleaños del muchacho cargado de tesoros con finas telas de llamativos colores para su madre y cosas extrañas para su hijo, como astrolabios con los que Rakeb jugaba a ser un capitan y que su padre le enseño a utilizar de verdad y asi todos los años como el que no quiere la cosa tratando de convertir a su hijo en pirata, algo que a su madre no le gustaba demasiado ya que mantenia a su hijito cerca de sus faldas ayudando a cortar leña y demas tareas ademas de darle una educacion en condiciones

La llamada de la aventura:

En su treceavo cumpleaños su padre volvio como todos los años pero esta vez con un sable de acero templado bellamente adornado con dibujos, era la hora le llevaria al barco a vivir emocionantes aventuras con el, Rakeb estaba muy emocionado por fin despues de tanto tiempo podria irse de aventuras con su padre, cogio todo lo que su padre le fue dando durante todos estos años, y lo cargo en una bolsa ciñio el sable a su cinto, se calzo las botas y se vistio con su atuendo mas comodo, por fin dejaria de jugar y se convertiria en un pirata

Una bienvenida al estilo pirata:

El joven subio la pasarela hacia el barco junto a su padre de canas barbas, una vez cruzo la pasarela se encontro con un grupo de hombres llenos de cicatrices que le observaban, Willhem hizo un ademan y empezo a hablar

-Este es mi hijo Rakeb, a partir de ahora es parte de la tripulacion, Lauf creo que deberas hacerle la marca de la trpulación

Hazto seguido un viejo tuerto y lleno de tatuajes se acerco a Rakeb con lo que parecian agujas y dos recipientes uno con liquido negro y otro con liquido rojo, el viejo miro a Rakeb, y le dijo que se tumbara y se quitara la camisa hazto seguido clavo la aguja sobre la espalda de Rakeb hubiendo empapado la punta en tinta negra antes despues de varias horas de sufrimiento Lauf acabo, Rakeb tenia la espalda roja y dolorida el viejo le acerco un espejo le habia tatuado un enorme leviatan rojo en su espalda de aspecto amenazante

El aprendizaje del pirata

Pasaron los meses y el hijo del capitan se fue integrando aprendiendo a navegar, a hizar las velas y demas, convirtiendose en una pirata mas ademas de entrenarse en el manejo del sable y el estoque , y aprender a cargar los lanzavirotes y los garfios

La prueba de fuego

Por fin aparecio una presa apetitosa un gran barco mercante cargado hasta los topes, los piratas asaltaron el barco entre ellos Rakeb que se abalanzo sobre su primer enemigos y entablo combate con su sables aunque era muy joven aun se defendia aceptablemente paraba los tajos de sus enemigos con su estoque y lanzaba rapidas estocadas con su sable , el combate siguio durante bastante tiempo hasta que su enemigo le tiro de un puñetazo a la cubierta Rakeb parecia estar perdido pero entonces su mano se rodeo de llamas y una bola de fuego salio despedida tirando a su enemigos a cubierta, dandole tiempo a levantarse y rematarlo
Aquel suceso dejo atonito a su padre y capitan que trato de saber porque habia ocurrido , no era la primera vez que estas cosas le pasaban a Rakeb siempre que se encontraba en peligro le ocurria algo parecido ya fuera añadiendo fuerza a sus brazos o destreza a su espada

La vida del pirata convertido en noble

Los años pasaron y Wilhem murio dejandole el barco a su joven hijos, que se habia convertido en todo un pirata, Rakeb saqueo una y otra vez los barcos mercantes del mar de los leones hasta ganarse la reputacion igual a la de su padre y un mote Rak el Leviatan por el tatuaje de su espalda, con sus saqueos amaso una gran fortuna, hasta que a sus 32 años y despues de 14 años de saqueos decidio sentar la cabeza, puso su vista en un pequeño ducado y compro un titulo noviliario con sus tierras correspondientes y puso camino a asentarse en aquel lugar con la idea de formar una familia
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Mensaje por Admin Dom Jul 06, 2008 7:06 pm

Daruu.

La dulce estancia
Allá por los tiempos de hace dieciséis años, cuando los árboles de este bosque, el Bosque Rojo, cerca de la capital, Uru, estaban poblados por árboles de rojas hojas; nació un pequeño bebé elfo... Un bebé condenado a un destino que él no podría controlar, sino que estaba marcado por la ley. Se crió recibiendo clases de parte de su padre sobre la naturaleza, sobre como compenetrarse con ella para conseguir movimientos ágiles y camuflarse. Él siempre le explicaba que el sigilo era mejor que la fuerza bruta, y le dió clases de tiro con arco y de lanzamiento de pequeñas cuchillas, así como de su manejo a corta distancia. Poca fue la instrucción que recibió con armas pesadas, como pueden ser espadas o hachas. Su família se dedicaba al cultivo de plantas de especia que bien podían servir como veneno o como medicina. El joven Daruu estudió algunos de sus efectos, pero no entró mucho en detalles técnicos. Su padre repetía una y otra vez que los humanos eran una mala semilla plantada en un fértil huerto, que sólo servían para hacer daño al planeta y que si ocasionaran una guerra, sería el primero en ir a eliminarlos. Daruu agarró un poco de odio hacia los humanos por parte de su padre, pero gran rencor lo destinó a los Drows, quienes mataron a sus abuelos, a los padres de su madre.

El prólogo a la desesperación
Ya más crecido, empezó a trabajar en los campos de cultivo, no como cultivador sino como vigilante. Más de una vez mató a algún humano defendiendo el cultivo, pero no porque el humano deseara luchar a muerte, no porque deseara proteger las plantas por encima de todo. Era por el rencor creciente que le había tocado sufrir en sus carnes. Obviamente, según la ley que le había sido instruida, cortaba la cabeza a los cadáveres para que estos viajaran al submundo. Cuando su padre se enteró, lleno de falsedad, se acobardó y retiró a su hijo del cargo que le había sido otorgado porque consideraba aquellas muertes como cebo para problemas mayores. Empezó a instruir a Daruu con el arco y con armas sigilosas, además de enseñarle los rasgos del rastreo y camuflaje especializado. Según él, quería prepararlo para una guerra que se supone que estaba a punto de sucecer. El pobre chico le creyó y se esforzó por dar lo mejor de sí en estas facultades. Pero pronto... Llegó el día.

La desesperación
A sus quince años, los sabios de la tribu elfa en la que se encontraban decidieron que Daruu era lo suficientemente adulto como para comenzar con su ritual. No, el no quería hacerlo, pero tras mucha insistencia por parte de su figura materna, llorando, rogando no tener que perder a dos de los seres para ella más queridos en lugar de a uno solo por una mera desobediencia de la ley, lo hizo. Un buen o caótico día, su padre perdió la cabeza a filo de espada de su propio hijo... Y su nueva vida comenzó. Se despidió de su madre, diciéndole que la odiaba, con lágrimas en los ojos, que odiaba a toda la sociedad por imponer aquella ley absurda que había hecho que matara a su padre y maestro. Así pues, una figura alta, aproximadamente de un metro setenta, de pelo rubio, ojos celestes, orejas puntiagudas, peso ligero y un poco musculosa, cargada con un arco y flechas, cuchillas para lanzar y algunas plantas venenosas, partió hacia Uru para instalarse en el Barrio Sur... Allí podría sin duda aplicar su vida... Una vida que había decidido ya. Sangre fría, sentimientos implacables. Trabajaría un año creador y traficante de venenos y dopajes. Los vende a mercaderes, bandas, rebeldes del gobierno establecido o al propio gobierno si se lo pide. No está de ningún bando, simplemente suministra. Cumplió dieciocho años hace pocos meses... Ahora, tiene que escribir su historia como un miembro más de esta corrupta sociedad.
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