El castillo del duque. - El Aniversario - CONCLUIDO.

El chambelan, a cinco asientos de distancia del duque parecia conversar con su tranquilidad propia con el consejero de economia, que, suponia, escuchaba sus palabras
He oido que la economia del ducado no esta nada mal ultimamente, me alegra saber que la hambruna no es algo que afecte a nuestra modesta sociedad *rie* pero bueno, cuenteme usted, ¿como van las cosas por aqui desde que sali? Desde luego, uno se va dos semanas y el ducado se pone patas arriba

El chambelan esbozo su tipica falsa sonrisa mientras aguardaba la respuesta del consejero, aunque realmente poco le importaba, si entablaba conversacion no era mas que por hacer tiempo hasta que diesen la orden de poder comer, su estomago parecia clamar al cielo ya esperando el alimento. Por lo demas la velada se desarrollaba tranquilamente, la gente charlaba distendidamente esperando a los invitados restantes mientras trobadores y juglares tocaban para deleite de la familia real, la suave musica agradaba a Faelin y llenaba sus oidos de armonia, de improvisto sintio una mirada clavarse en su nuca y supo que Isidith velaba por el, en algun rincon de la sala...

El concejero de economia, Thomas Bris, es un hombre flaco, en sus cuarenta años, de semblante eterno serio y frio, casi tan palido como el anciano Duque, aunque no por su anciana edad, sino por las intermiables horas que paso en su modesta oficina por el bien del duque y el ducado.

Un hombre severo y sin sentido del humor, siempre calculador y poco hablador, rasgos normales en su rubro, y segun se dice fue un acaudalado comerciante en una epoca, pero actualmente sirve en la corte del Duque.
- La situacion es estable si... los graneros estan llenos y el comercio crece día a día, aunque el eterno problema de los bajos impuestos siempre ha debilitado a las arcas... aunque el Duque no escucha replicas y se rehusa a incrementarlos... - dijo él, ciertamente desacuerdo con aquella politica tan benevolente - Por ello nuestro amado ducado no crece y se mantiene en la constante humildad que nos representa... los dioses no quieran que una guerra nos azote, pues las arcas no resistirian una semana... - dijo dando un minusculo sorbo a su copa de vino...

Faelin hizo lo propio dando un breve sorbo al licor que le habian servido hace rato mientras meditaba las palabras del consejero con desgana y observaba el palido semblante de este, muchas penurias habria pasado en su despacho, aunque mejor economista no parecia haber por el momento.
En fin, siempre se lo dije al duque, tanta benevolencia no podia ser buena para la economia, pero siempre ha sido asi, un buen gobernante para el pueblo y por el pueblo, pena que la edad ya hace mella en el, no parece que vaya a ver muchos inviernos mas...

La salud y edad del duque siempre habian sido un tema delicado a tratar pero ciertamente, su salud no era precisamente buena y en cualquier momento podria morir, seguramente entonces el primogenito tomaria el mando del ducado, aunque habia quien decia que no era trigo limpio, en cualquier caso Faelin no sabia demasiado de el, solo de oidas.
¿Que opinais vos del joven Ambros? ¿Le veis adecuado para el cargo que algun dia habra de tomar?

- Pues él... - Dijo bajando la voz el concejero, con su tono siempre neutro y serio, aunque con una maliciosa sonrisa - sin duda subira los impuestos... - parecia divertirse con sus propias palabras, aunque parecia mas un juego de palabras personal que divirtio solo a si mismo a una afirmacion de como gobernaria el joven heredero.

El concejero conocia bien al Chambelan, despues de todo él habia autorizado su sueldo y conocia cada uno de sus gastos, conocia tambien su buena relación con el Duque, por lo que sin duda era un personaje de influencia, y solo por ello hablaba con el Drow, pero cuando el conde muriese? Que poder ostentaria aquel barbaro?

El Drow advirtio la mirada del consejero y saboreo las palabras en su boca antes de soltarlas.
Esa sera, sin duda, una de las pocas cosas que cambiara, mucho seguira igual, por el bien del ducado... y del futuro duque... Añadio Faelin no sin un cierto toque de malicia refiriendose a su puesto como consejero y chambelan, al fin y al cabo, si Ambros osaba destituirle de su cargo nada le impediria matarle...

Su antigua reputacion de asesino no pasaba desapercibida precisamente en la corte y mas de uno parecia temerle y respetarle a partes iguales.
De todas maneras seria bastante acertado por parte de Ambros subir los impuestos, eso probablemente impulsaria la economia del ducado permitiendonos asi nuestra posterior expansion, por los medios que sean... aunque bueno... supongo que no es un tema a hablar con un consejero de economia, a la expansion me refiero

El drow sonrio nuevamente, una sonrisa glacial mientras apuraba los ultimos restos de vino en su copa que habian ido desapareciendo con el desarrollo de la conversacion.

- La longitud de nuestras espadas y lanzas, los numeros de nuestros ejercitos sera lo unico que se expandira cuando el heredero porte el cetro...

- La naturaleza del heredero no es desconocida para nadie... goza de la guerra y es probablemente el mejor duelista del ducado, y si subira los impuestos, sera para pagar los gastos de sus guerras... - Explico en tono irritado el concejero, al ver que el chambelan no entendia - No dudes que cargos tan "inutiles" como el tuyo y el mio seran desplazados por los importantes concejeros de... artilleria o asedios o alguna otra locura militar... - dijo, bebiendo otro sorbo de vino, un poco mayor, demostrando su irritacion ante la idea de aquel posible monarca.

Los invitados charlaban animadamente, los músicos y juglares tocaban sus instrumentos, llenando la sala de armonía e imprimiendo un matiz suave ambiente.
Por las puertas del gran salón entro un hombre, de aspecto joven y vestido con ropas no demasiado lujosas, el cual andaba a paso tranquilo, escrutando disimuladamente a los presentes con sus ojos azules. Su expresión no era la usual, pues se había visto obligado, según peticiones de más arriba, a permanecer de incógnito en la fiesta, por si acaso alguien quisiese estropearle su aniversario al Duque...

Me paseaba por detrás de las mesas donde los invitados comían, bebían y hablaban de asuntos referentes al ducado, el Duque y demás patrañas políticas, que en ningún caso me interesaban. Únicamente cuando oía algo relacionado con el ejército me detenía un segundo a escuchar, pero rápidamente volvía a mi usual patrullaje.
Así pasaba el tiempo, rondando disimuladamente de acá para allá, cuando una frase, pronunciada al parecer por alguien importante, como pude deducir por sus vestimentas, me llamó la atención:

- ...es probablemente el mejor duelista del ducado, y si subira los impuestos, sera para pagar los gastos de sus guerras...

"De quién estarán hablando?" me pregunté con verdadera intriga, pues hacía poco que había sido... "colocado" en el puesto de Capitán de la Guardia y sabía poco o nada de las intrigas de la corte. Sin poder contener mi curiosidad, decidí acercarme por detrás ligeramente, al tiempo que desviaba la mirada como buscando algo, para simular que mi posición allí no era sino fortuita.

Una carta, en manos de un desconocido hombre, llegó a manos de la joven elfa, la cual estaba, en esos momento, ocupándose de la clínica que llevaba. Éste comenzó a hablar con un lemguaje de lo más culto, a la par que claro: La estaba invitando a acudir al aniversario del duque de Uru, sin duda el personaje más importante de todo el ducado.

Después de su pequeó discurso, el desconocido se marchó sin dar tiempo a la joven a rechazar o aceptar la invitación, pues ésta había quedado en sus manos.

-Supongo que habrá que ir... -suspiró con desgana mientras colgaba el cartel de "Cerrado" en la puerta de la clínica y comenzaba a caminar hacia el castillo, aún sosteniendo la invitación en la mano y releyéndola varias veces.

"Por vuestro merito en el ducado, y vuestra ayuda al Duque" Las palabras del hombre resonaban en su cabeza. ¿Qué había hecho para tener la aceptación del mismísimo Duque? ¿Acaso no era ella la verguenza de la raza élfica...?

Sus castaños ojos se entrecerraron con tristeza mientras seguía caminando, agradeciendo la suave brisa que apaciguaba el intenso calor y a la vez peinaba sus oscuros cabellos, haciéndolos ondear tras sus pasos.

Poco después llegaría a su destino, el Castillo del Duque. Ayame nunca había entrado en aquel sitio, pues nunca había sido invitada aunque cierto era que más de una vez la habían sorprendido mirándolo embelesada en sus escasos tiempos libres.
No pudo evitar sorprenderse. Tal era la cantidad de gente que había acudido allí que la joven elfa no pudo evitar sentirse intimidada, agachando la cabeza en un intento de pasar desapercibida y sin hacer demasiado caso a las conversaciones que mantenían los invitados, con la intención de dirigirse a la mesa de los comensales y refugiarse allí.

Era evidente que estaba acostumbrada a estar rodeada de tanta gente.

El suave roce de unos pies a su espalda alertaron a Faelin, sin embargo, se dijo a si mismo, no habia nada que temer, pues ya velaban por su seguridad desde las sombras, de reojo observo a una figura con ropas de escaso lujo, ilogico para uno de los invitados de alto postin de la fiesta, su expresion no era la usual, parecia forzado a estar alli aunque lo que mas intrigaron al chambelan fueron sus ojos azules. Apartando la atencion del personaje siguio conversando con el consejero economico, la realidad que este le planteaba era como menos optimista, aunque cierto era que el futuro duque Ambros no mostraba interes alguno por nada que fuese ajeno a la guerra. Suspiro con resignacion, haria bien en hablar con el, al fin y al cabo era el consejero ducal... Al tanto de que la conversacion no era precisamente privada ya abandono todo tono de malicia, no sabia de quien se trataba el personaje que estaba tras de si.
En fin señor Bris, nadie puede retrasar lo inevitable, sin embargo, algo habre de hacer antes de que la sed de sangre del señor Ambros desplace nuestros cargos por cualquier locura militar como vos decis... -Alzo la mano haciendo una señal a los sirvientes para que le trajesen mas vino- Pero... creo que esta conversacion ha dejado de ser privada -Añadio dirigiendo una mirada hacia atras mientras sonreia-

La fiesta era grande, con abundante comida y bebida, parecía no faltar nada.
Había tanta gente allí dispuesta a hablar, a contarse los últimos cotilleos, a bailar...
Un media sonrisa se dibujó en el rostro de la elfa que se hallaba sentada junto a su hermano Sean. La joven no parecía tener más de veinte años, pero en su rostro se adivinaba que apenas acababa de llegar a la edad adulta.
Sus ojos color miel lo observaban todo con intensa atención, cada movimiento de un invitado que acababa de entrar, las conversaciones en las que la gente reía con ganas, los vestidos de las campesinas, los trajes de los hombres, era todo tan complejo y a la vez tan sencillo...
Keira advirtió un movimiento sigiloso en la entrada que atrajo su atención. Sus pupilas siguieron la trayectoria de una joven que no destacaba mucho y que parecía querer pasar desapercibida. La chica se dirigió a la mesa de comensales y allí desapareció de la vista de la elfa.
Keira había elegido para el cumpleños de su padre un vestido plateado, de escote palabra de honor y unas sandalias con un ligero tacón.
Un collar en forma de lágrima adornaba su cuello, mientras que unas perlas brillaban en las orejas puntiagudas de la joven.
Su pelo castaño claro, casi de color caoba, caía suelto a cada lado de su rostro, ocultando la parte puntiaguda de sus orejas y dejando ver al mismo tiempo los ojos color miel de Keira, que continuaban observando el escenario.
La joven se levantó. Sonrió a su hermano Sean, haciendo una ligera reverencia ante él, y pronunciando estas palabras: - Hermano, necesito un poco de aire, voy a la mesa de comensales a picar algo de comida y me refrescaré un poco. Si Padre pregunta por mí, dile que estoy tomando el aire. -
Dedicó otra de sus eternas sonrisas a Sean y avanzó con suavidad hacia la mesa, buscando aire entre la ahogada multitud.

El concejero no habia notado al capitan espiando su conversacion, pero sin duda no le gusto ser monitoreado al hablar mal sobre la familia ducal, por lo que se recompuso en su aseiento, siempre serio, y apenas dijo sobre ese respecto al Chambelan.
- En efecto... -

- Y la salud de nuestro Duque, aun sufre de sus dolores nocturnos? - El concejero sabia que era tarea del chambelan velar por la salud del duque, y por ello pregunto, aunque la pregunta era tribial, el sabia que el duque sufria noche a noche, lo unico que queria era cambiar la conversacion.

Un joven se acercó en ese momento a Ayame, la cual estaba tan sumida en sus propios pensamientos que no pudo evitar sobresaltarse ligeramente al escuchar la pregunta de éste. Sin embargo, consiguió reponerse a tiempo y le dirigió una suave sonrisa.

-En absoluto -contestó entonces, amablemente, mientras sus castaños ojos se fijaban brevemente en los del joven antes de ser apartados en una muestra de timidez.

Pasaron algunos segundos de tenso silencio, durante los cuales la joven elfa se dedicó a dar un pequeño sorbo a una copa que portaba en su mano que parecía contener una especie de zumo de frutas, antes de que Ayame volviera a sonreír cordialmente.

-Qué tonta, no me he presentado. Mis disculpas. Mi nombre es Ayame Aotsuki.

No hacía falta mencionar su raza pues seguramente el joven , que parecía ser un humano, lo habría notado por las orejas que asomaban por debajo de sus cabellos del color de azabache.

En ese momento, sus almendrados ojos se movieron fugazmente para posar la mirada durante unos breves segundos en una joven elfa, ataviada elegantemente, que se aproximaba a la mesa de los comensales. Inconscientemente, el temor a ser reconocida hizo que la tez de la joven palideciese aún más.

Sean el Bueno interrumpio un dialogo que tenia con su hermano y se giro hacia el otro lado de la mesa para escuchar las palabras de la elfa, para responder en su tipico tono calmado - De acuerdo hermana... - dijo luego de pensarlo unos minutos el joven Sean, para agregar antes de girarse a conversar con su hermano - Regresa en media hora, pues nuestro padre dira unas palabras...

Al escuchar la respuesta de la joven, me senté con tranquilidad, tomando una copa que había sobre la mesa y pidiendo algo de vino a un sirviente que pasaba en ese momento con una botella. Tras darle un breve sorbo, miro ligeramente a la joven, sólo para cruzarme con su mirada. No obstante, sigo examinando a la Elfa con disimulo, y al escuchar como se presenta me levanto para besarle la mano y acto seguido añadir en tono galán y caballeroso:

-Mi nombre es Minrith de Tharia, aunque podéis llamarme Minth si así lo deseáis. -añado con un deje pícaro- Es un placer conocerla, señorita Aotsuki.

Luego retorno a mi asiento, no me hacía gracia mentirle a aquella Elfa, pero no tenía opción. Bebo otro sorbo y tras un corto silencio me dispongo a hablarle, cuando de repente noto como se estremece ligeramente. Paseo la mirada alrededor nuestra en busca de la fuente de su malestar, pero al no encontrar ninguna razón evidente le pregunto manteniendo mi tono cortés:

-Puedo preguntaros qué os inquieta?

- Ahh,.. si, señor Ralexion, tengo cierto asunto delicado que tratar con vos... - Dijo Thomas Bris levantandose y haciendo una reverencia a su anterior interlocutor - Si me disculpa, - dijo al chambelan - seguiremos hablando de nuestro gran duque en otra ocacion... - dijo, dejando por terminada la conversación.

- Si tiene la bondad de seguirme Ralexion. - dijo, levantandose de su silla y haciendo ademan de moverse a el area de los comensales, para buscar una mesa vacia.

La joven no pudo evitar abrir los ojos en un gesto de sorpresa cuando Minth besó su mano en un acto cabelloroso. Un ligero rubor había cubierto sus mejillas pero la elfa se limitó a sonreír mientras añadía, casi con tono divertido:

-Por favor, no me trates de usted, llámame sólo Ayame.

Para su desgracia, parecía que Minth había percibido el repentino malestar que la había acuciado pues, apenas unos segundos después de haber vislumbrado a la elfa entre el gentío, un susurro llegó a sus oídos:

-¿Puedo preguntaros qué os inquieta?

-No es nada -respondió ella, luchando por recomponer su anterior postura y volver a sonreír con naturalidad antes de volver a beber de su copa-. De verdad.

Cada vez llegaban más invitados a la fiesta pero la joven apenas les dirigía una breve mirada antes de seguir concentrada en el que se había convertido su nuevo compañero de mesa. No había ni rastro de la joven elfa que había visto hacía apenas unos minutos, cosa que pareció tranquilizarla.

Miré un momento a los ojos de la bella Elfa antes de recomponerme en mi asiento. Al parecer algo la había inquietado, pero no quería hablar sobre ello, lo que me hizo ponerme aún mas alerta, aunque sin descuidar mi comportamiento.

-De acuerdo, Ayame, como gustes. -respondí, esbozando yo también una sonrisa.

Bebí al igual que ella otro sorbo de mi copa, cada vez llegaba más gente y eso parecía inquietarla, pues dirigía breves y nerviosas miradas a los invitados. No obstante, no quise incidir en ello para no parecer descortés, y tras unos segundos le pregunté, fijando de nuevo mis ojos azules en los suyos:

-Y bien, Ayame, a qué os... Perdón, te dedicas? -pregunté con naturalidad.

-Soy médico -respondió con naturalidad, sin tapujos; aunque no pudo evitar desviar la mirada con incomodidad. Nunca había logrdo mantener el contacto visual con nadie demasiado tiempo-. Dirijo una clínica, al oeste de Uru. ¿Y tú? -preguntó después, con evidente curiosidad-. ¿A qué te dedicas?

El zumo de la copa de la joven elfa comenzaba a agotarse por lo que hizo una leve señal a uno de los sirvientes que por allí pasaba para que se la llenase de nuevo, tras lo cual musitó un breve "Gracias" mientras esperaba la respuesta de Minth.

La elfa asintió al oír a su hermano Sean el Bueno, en media hora estaría lista...
Avanzó, abriéndose paso entre la gente que charlaba animadamente.
Keira había logrado desaparecer entre la multitud, pero había notado cómo los almendrados ojos de la chica que había entrado hacía un rato se habían posado en ella cual cervatillo asustado.
La joven se irguió cuan larga era, notando cómo un estremecimiento había recorrido su cuerpo. Eso sólo podía significar una cosa.
Los nervios la atacaban sin piedad. De todas formas, ya había visto lo que deseaba.
Debía volver con su familia. Dio la vuelta, sin observar más a la chica que antes había llamado su atención, y se recogió el cabello tras sus puntiagudas orejas, abriéndose paso con suavidad y llegó a su sitio correspondiente, volviendo a sentarse y esperando a que su padre dijera esas palabras que todo el mundo esperaba.

"Así que médico...", pensé con interés al escuchar su respuesta.
Pero, cuando me preguntó a qué me dedicaba yo, que por supuesto no podía decirle la verdad, vacilé unos segundos antes de decirle con tono poético:

-El Errante, que ni oficio ni dinero necesito. Mi alimento: la leyenda y el mito, pues como podrás ver, rehuyo el trabajo y el deber. -entonces me levanto, adoptando una pose teatral mientras me acerco ligeramente a la Elfa- Yo soy el Viajero, aprendiz de trovador, de mi fortuna heredero, de mi destino regidor. De tierras lejanas vengo, a lares aun más lejanos voy, esto es lo que soy: galán y caballero, me lo quitaría ante vos si lo tuviese, mi sombrero. -concluyo con una reverencia.

"Anda que te has lucido, el viejo Alfros caería enfermo si escuchase tan mala rima después de todo lo que ha intentando enseñarte" pienso, castigándome a mí mismo por intentar dármelas de poeta. Sin embargo, no pude sino esbozar una sonrisa final y sentarme de nuevo, para luego preguntarle de nuevo a mi compañera de mesa:

-Pero bueno, no hablemos de mi... Háblame de tí. Veo que eres una Elfa, porecedes del Bosque Rojo, o de algún reino aún mas lejano? -pregunto con cierto interés, esforzándome por recordar las lecciones de geografía que Alfros me había impartido la tarde anterior.

La joven no pudo evitar soltar una carcajada ante las poéticas palabras de Kaelos. Definitivamente, le estaba cayendo bien. Aunque eso que había dicho era algo extraño.

"¿Cómo se ganará el sustento este hombre?" No pudo evitar preguntarse, mientras observaba cómo volvía a sentarse tras haber hecho una reverencia que había provocado el rubor de Ayame.

Sin embargo, su siguiente pregunta la hizo palidecer de dolor. Esbozó una extraña sonrisa que pretendía ser natural y, en voz baja, musitó:

-En efecto, nací en el Bosque Rojo pero hace poco decidí mudarme aquí por una serie de... necesidades. Tú en cambio -se apresuró en añadir, evidentemente en un intento de cambiar de tema-, dices que has estado en muchos lugares... ¿vienes de muy lejos, pues?